Árboles excepcionales
No salir al campo sin cinta métrica: esa fue una de mis manías durante unos cuantos años (entre 1973 y 1983, más o menos). ¿Para qué?
Pues para medir el perímetro de los árboles excepcionales con los que me encontrase. Mis tiempos de aprendizaje académico estaban aún muy recientes y el estudio de la Naturaleza iba unido a su goce. Los árboles muy añosos me transmitían una sensación de durabilidad y serenidad difícil de explicar a quienes no la sientan. Siguen siendo para mí seres venerables siempre inocentes, al contrario de las personas venerables, a las que siempre se podrá poner algún pero. Frecuentemente la belleza va unida a la decadencia y yo, que desde muy pequeño quería ser mayor (pasé por la juventud pero nunca la admiré) les consideraba, en la medida de lo posible, mis modelos: raíces bien profundas y ramas abiertas a todos los vientos. Querría ser como ellos: aguantar los temporales y ver pasar displicentemente a los humanos por debajo, dándoles sombra y frutos aunque no los merecieran.
Pero, además de admirarlos, quería ficharlos. Durante ese lapso de tiempo hice 841 fichas: 490 de árboles de España y 351 del extranjero.
Ficha y foto de un pino albar en la ladera madrileña de Peñalara (Rascafría, 01/09/1982)
La cifra era el perímetro del tronco a 1,30 m. de altura; espero que siga vivo y haya engordado un poco más
Puse a mi niña como referencia humana: al ser ella tan chiquitina hacía al árbol más grande
Un tercio de los de España los visité, medí y fotografié, el resto eran de referencia para calibrar la importancia y significatividad de cada uno en el ranking general. La mayoría de los fichados del extranjero estaban sacados de una sección específica que tenía la Revue Horticole en su sección “Les plus gros arbres de France”, donde diferentes lectores y corresponsales iban mandando datos de los que ellos conocían. Esto me daba una tremenda envidia, al comparar su nivel de cultura botánica y colaboración cívica con los que había aquí.
Por haber empezado hace medio siglo, pude conocer a unos cuantos ya fallecidos y mi testimonio ahí quedará para la posteridad, como el caso abajo expuesto (al que, lamentablemente, hay que añadir a las olmas de Colmenar del Arroyo, Rascafría y otras).
La olma de la ermita de San Roque (Riaza), en diciembre de 1973
El texto, tomado de: MORENO PÁRAMO, Julia: “La villa de Riaza, cabeza del partido de su nombre en el siglo XIX”.
En: Homenaje a Antonio Domínguez Ortiz, catedrático del Instituto “Beatriz Galindo” de Madrid (Madrid, 1981), págs. 389-445
Contacté entonces a varias personas e instituciones, para hacer algo parecido a lo que se había hecho en Francia, pero fueron estériles. No estaba en mi mente publicar nada, sino realzar y proteger, pero más adelante se terció, y el reconocimiento de mi colaboración con los autores quedó en un renglón: mi mención en el libro Árboles, leyendas vivas II (2009).
Los fotografiados acabarán expuestos en mi página de Wikimedia Commons; si alguien quiere acceder al fichero original, que me escriba (está en soporte físico, no digital). Uno de los que han apreciado el valor documental de estas imágenes ha sido Ignacio Abella en su libro sobre los viejos olmos de nuestros pueblos y ciudades.