Caudales ecológicos.

Estudio de caudales mínimos en los cauces de la Comunidad de Madrid

Mi aportación a este trabajo fue meramente ancilar, para que los señoritos (los que de verdad sabían del tema) llegasen “a mesa puesta”. La estimación de caudales mínimos para los cursos de agua se planteaba para que estos pudieran mantener unos niveles mínimos (cuantitativos y cualitativos) que garantizasen la supervivencia de su fauna y demás factores de calidad ambiental. Esto, que a cualquiera le parecerá de sentido común, implicaba una lucha a brazo partido de la Agencia de Medio Ambiente con el Canal de Isabel II: sobre el papel, el órgano pensante y director y el brazo ejecutor. Pero, como el brazo ejecutor tenía y tiene unos efectivos humanos y un presupuesto diez veces superiores al que, en teoría, mandaba, la cosa no siempre resulto fácil. Para el Canal, soltar agua de los embalses era, literalmente, tirar dinero por el sumidero: las facturas que ellos cobraban a los usuarios. Sin embargo, la sociedad madrileña ya estaba lo suficientemente madura para valorar los intangibles que esos mismos usuarios demandaban: ríos limpios y sanos; para conseguir lo cual, al menos, debían seguir siendo ríos, es decir, llevar agua.

Caso ilustrativo de lo que hablamos: el azud de Valdentales (en la unión de los ríos Lozoya y Jarama)
A la izquierda, poco después de su inauguración (c. 1967) [foto: Canal de Isabel II]; a la derecha, el 15/10/1994 [foto del autor]

El poderoso y afamado Lozoya llegaba aquí (después de haber llenado, cuando puede, seis embalses) reducido a un hilillo de un metro de ancho y el Jarama, (después de haber hecho lo propio, con dos embalses), completamente seco. La finalidad del azud no era embalsar agua, sino alimentar el acuífero subterráneo para que unos Pozos Ranney la elevasen. Si no había caudal para empapar el subálveo, no sirven para nada. De los peces, ni se sabe. ¡Y esto era antes del cambio climático!

Para ello había que cuantificar una serie de parámetros de cada cauce y de su cuenca de alimentación, para lo cual, previamente, había que identificar y definir dichos cauces. Tarea, pues, puramente taxonómica, necesaria antes de que la ecología pueda manifestarse (al igual que ha ocurrido históricamente para los seres vivos en general). Se ofrece aquí solamente una muestra del catálogo, llevado a cabo desarrollando el sistema de codificación de la Clasificación Decimal Universal (CDU), usado también entonces por la Confederación Hidrográfica del Tajo.

Podría haber tenido más recorrido si se hubiera incardinado en otros proyectos nacidos a posteriori, como la nueva clasificación basada en el sistema de Pfaftetter (impuesta desde el exterior) o si se recogiera en el Nomenclátor Geográfico Básico de España (NGBE). Pero no ha sido así: más trabajo que se va por el retrete, no tanto por no ser útil, sino porque no se ha utilizado.

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