Corea
Así lo pensábamos y escribíamos (no “Korea”) y tampoco estábamos pensando en el país de extremo Oriente. Ese era el nombre que le dábamos en el barrio al edificio que estuvo en la Avenida del Generalísimo no-me-acuerdo-qué-número (actual Paseo de la Castellana 198-208). El motivo parece obvio pero, por si acaso: la guerra que se había desarrollado en aquel país pocos años antes.
Acudía regularmente a este edificio a recibir clases particulares de inglés (no sé por qué, pero en el Instituto elegí francés). Mi profesor no era ni siquiera angloparlante sino chileno y lo que me enseñó era gramática y más gramática. Nunca he vivido largas temporadas inmerso en un país anglófono y así me va. Sin embargo, ese edificio podría haber sido un lugar perfecto para una inmersión lingüística, no exactamente en la lengua de Shakespeare, pero al menos en su adaptación por los yanquis.
Exactamente en ese número estaba el economato del ejército americano, dado que el bloque completo estaba ocupado en su mayor parte por militares, supongo que de la base de «utilización conjunta» de Torrejón de Ardoz. Al menos los más pobres, porque muchos otros, no pudiendo soportar el hacinamiento en colmenas multifamiliares, empezaron a ocupar la urbanización El Encinar de los Reyes, pegada a La Moraleja (Royal Oaks como también la llamaban).
Bloque en cuestión, aún en construcción
(Fuente: Gran Madrid, nº 17 (1952), pág. 23
El viaje desde casa era no mucho más largo que el viaje iniciático descrito en el apartado Maravillas del Mundo. Medido en términos físicos sería de unos 1.200 metros (ida y vuelta), pero medido en términos anímicos era como viajar al país de las maravillas. El trayecto desde casa era a través de un espacio urbano marginal y degradado, que urbanísticamente estaba ya sentenciado: los Altos de Maudes. Algunas callejas sin pavimentar, mal iluminadas; alguna fábrica abandonada, descampados con basura… Terrenos que luego serían ocupados por lo que dio en llamarse “el triángulo de oro”, por la especulación urbanística a que fue sometido: el final de la calle Capitán Haya, donde acabaron instalándose la sede de los juzgados de la Plaza de Castilla, el edificio del Instituto Nacional de Estadística, el polideportivo de este nombre, etc.
Foto aérea oblicua de la Avenida del Generalísimo, desde la Plaza de Lima hacia el norte.
Irreconocible para los jóvenes, pero identificable por el antiguo Estadio de Chamartín (hoy “Santiago Bernabeu”) y el depósito elevado de la Plaza de Castilla
(Fuente: Gran Madrid nº 23 (1953), pág. 30)
Realzado el edificio de Corea; en rojo, mi trayecto
De aquel economato salían constantemente familias felices portando entre sus brazos grandes bolsas de papel kraft de las que sobresalían todo tipo de cajas de colorines conteniendo vaya usted a saber qué, pero que en la España de la sopa de ajo y los garbanzos parecían de ensueño, como lo eran los haigas en los que se subían. Hoy día huyo como de la peste de ese tipo de comida: los alimentos envasados, la comida preparada, la fast food, etc., pero entonces era otra cosa.
Esas bolsas de papel (sin asas, lo que las hace francamente molestas de llevar) siguen presentes en los U.S.A., pero, afortunadamente, en Europa no cuajaron. No obstante, algo tan inequívocamente americano aparece aún hoy a veces en la publicidad televisiva; fíjense; tal parece que no solo anidaron en mi subconsciente. Treinta años después, ya adultos, mis compañeros de viaje y yo no resistimos la tentación de retratarnos con aquellos oscuros objetos de deseo, en cuanto pisamos el paraíso californiano, basándonos en el principio de que “para poder reírte de los demás, primero tienes que aprender a reírte de ti mismo”.
Shopping in the paradise: the paper bags are true!
(California, 1989)
Para hacer aún más histórico este relato, hay que añadir que el edificio en cuestión fue parcialmente derribado el año 2007, por sufrir de aluminosis. Mis achaques aún tienen remedio, por suerte.
Esto era lo del viaje en sí pero, aprovechando que el Manzanares pasa por Madrid, les voy a largar otra de las batallitas del abuelo Cebolleta. Mis viajes a Corea no siempre fueron pacíficos y culturales; alguno de ellos pudo incluso desatar un conflicto internacional. El caso es que los de mi patio y los de la Casa Grande a veces hacíamos incursiones hasta allí.
El patio de mi casa sí que tenía algo de particular: era una de las escasas edificaciones en manzana cerrada que se construyeron después de La Guerra (siguiendo la pauta decimonónica, aún en 1947). Una colectividad de 62 familias cerrada sobre sí misma, que generaban un fuerte sentimiento de pertenencia entre los chicos y chicas (“nosotros” en el mapa). Otro tanto ocurría con lo que se llamaba “La Casa Grande” (que ocupaba la manzana completa de los que hoy es Bravo Murillo 363-367). Tenía menor población, porque eran casas de una sola altura, puestas como en espina de pez, con servicios y agua colectivos y un solo portalón que daba a la calle, como en nuestro caso. De extracción social mucho más baja (tal vez asociada inicialmente a la fundición aneja, que yo llegué a ver funcionando), también eran más aguerridos (son “ellos” en el mapa). El resultado eran las esporádicas pedreas, que en la jerga infantil del barrio se resumían en “dreas”. El terreno habitual de batalla era el descampado existente detrás de la kermés de Tetuán (que ocupaba lo que hoy son los números 359-361 de dicha calle) y allí me descalabraron por primera y última vez en mi vida (no era de los más ágiles y avispados).
Ellos y nosotros (y alguna vez formando coalición), hacíamos incursiones para usar los juegos infantiles que los gringos habían colocado allí para sus retoños, debidamente vallados, por supuesto. Pero los indígenas no lo aceptábamos y alguna que otra vez nos acercábamos hasta allí; no hubo dreas, porque parece que los gringuitos no sabían de eso, pero no dejaba de ser un terreno peligroso, lleno de mayores extraños. Este es el plano del teatro de operaciones:
Base: Montaje de hojas del Plano de Madrid de la Inspección General de Servicios del Ayuntamiento (1955)
Fuente: Cartografía básica de la ciudad de Madrid. Planos históricos, topográficos y parcelarios de los Siglos XVII-XVIII, XIX y XX
(Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (1979)