Estrellas

Este grupo de trabajillos podría interpretarse tanto a la luz de la Psicopatología de la vida cotidiana (Sigmund Freud, 1901) como a la de El artista adolescente (James Joyce, 1914-1915). Esta segunda reflejaría las introspecciones, tribulaciones y vaivenes mentales que pasé entre 1964 y 1969. Sé bien cómo empezó: un día de primavera por la tarde, mientras esperaba a que saliera del colegio mi novieta de entonces,  apoyado en la barandilla del metro de Tetuán. La tan mentada inspiración apareció y también el impulso de agarrar un papel y plasmar estas apariciones antes de que se esfumasen (“La primavera ha venido / y nadie sabe cómo ha sido”). Llevaba a la mano mi vieja pluma Parker, que fue la herramienta de creación de toda la serie. Recuerdo también cómo acabó: tras romper con ella y dedicarme a la lucha antifranquista y a tratar de hacerme ingeniero a la vez (objetivos tan ilusionantes como ilusorios, en gran medida).

Comienzan con un estado anímico surgido al calor del primer beso en la boca (hay una titulada “5 de mayo”) y acaban tras ser golpeado por la cruda realidad del mundo “de ahí fuera” (hay una titulada “Mao”). Durante ese lapso de tiempo hice el trayecto católico practicante – cristiano ferviente – iconoclasta – jansenista – teilhard-de-chardiniano – teísta – agnóstico – ateo- anti-teo. Eran tiempos de pasión, en el amor y en la religión. Luego comencé a tener uso de razón y comenzó el cerebro a comandar las operaciones, a la vez que perdí, la necesidad y la posibilidad de creer y de crear.

La primera obra citada viene a cuento de que son cosas raras y de que había precedentes, tal vez genéticos para esa rareza. Cuando murió mi tía Antoñita (como buena cántabra, nunca renunció a su hipocorístico), ya metido en el rol de historiador de la familia, encontré entre sus papeles un viejo calendario de sobremesa reutilizado para dibujar cosas:

Como verán, se hicieron en torno a 1951 y tienen un inquietante parecido con mis estrellas (sobre todo las de la primera época). Yo tenía por entonces tres añitos y jamás las había visto. La pobre Antonia, sinceramente, estaba como una regadera: hondamente frustrada por no haber podido ser madre ni casi maestra, devota de la Virgen, pero una vez la encontraron paseando desnuda bajo la lluvia, porque según ella eso era lo más natural y saludable. Ferviente vegetariana, silenciosa, solitaria y misántropa. Tal vez a algún psicólogo/psiquiatra le sirva esta doble casuística para sus investigaciones/elucubraciones.

Pasando de los antecedentes a los consecuentes, a la obra en sí. Les llamé “estrellas” porque comenzaron teniendo una clara simetría radial y como rayos saliendo. El estilo fue evolucionando paulatinamente y al final eran totalmente asimétricas y casi sin rayitos. Son, en total 230, lo que nos daría una productividad media de una a la semana.

Si yo hubiera sido lúcido y consciente (un oxímoron para un adolescente), viendo que esto se me daba bien, debería haber orientado mi vida hacia las bellas artes o la formación profesional en oficios artísticos. Esos diseños, debidamente encauzados, podrían servir para hacer joyas, estampar telas, decorar porcelanas o, incluso, hacer grabados o cuadros. Pero se quedaron en el terreno de las vivencias íntimas. Y pasé a otras cosas, hasta hoy en que las someto a su consideración.

Esta es una selección de láminas, correspondientes a la etapa inicial, media y final: