Dibujo

Si en los comienzos el dibujo fue para mí expresión de fantasía, de adulto fue terapia ocupacional. Como carezco de habilidad artística, pero tengo la paciencia del artesano, dibujar me requiere mucho tiempo. Admiro la capacidad de un Pablo Ruiz Picasso para trazar de memoria la cabeza de un caballo en tres segundos. Lo mío es copiar de la realidad, minuciosamente, sacando la lengua como los niños en máxima concentración. Y como mi vida de negocio solía estar ocupada con asuntos que consideraba prioritarios y mi vida de ocio ha sido activa, no he tenido casi nunca tiempo y relajo suficiente para dedicarme a dibujar. Por ello, lo poco que he hecho a este respecto ha sido en tiempos forzadamente muertos, salvo los trabajos iniciales (19701973), relacionados con la jardinería y la botánica, como anejo de los estudios:

El primer tiempo muerto fue cuando caí en desgracia en mi primer empleo y me destinaron al vivero de la empresa, sin tarea alguna. Esperaban que mi dignidad se rebelara, mi paciencia se agotara y dimitiera. Pero no les di esa satisfacción, aguanté y tuvieron que despedirme (despido considerado improcedente por la Magistratura del Trabajo y por el que recibí la correspondiente indemnización). Me he encontrado luego, a lo largo de los años, con diversas personas que han necesitado ayuda profesional al verse arrinconados, ninguneados y humillados por sus patronos. A mí, este caso de bossing (como le han dado en llamar ahora) no solo no me afectó psíquicamente, sino que me dio ocasión para darle gusto al lápiz:

Más adelante, esas horas muertas aparecieron durante los primeros años de nuestra hija (19791993). Las vacaciones familiares (mucho tiempo en el mismo sitio, nada de aventuras, etc.), quitándome tiempo de lo que quería estar haciendo, me lo otorgaron para hacer algo distinto que hacer, lo cual tampoco está mal. Del año de pasamos en Torla (1993) y alrededores quedó esto:

Otro tipo de tiempo-inútil-para-otra-cosa surgió a raíz de las investigaciones sobre la genealogía familiar. Los archivos donde se custodian el tipo de documentos útiles a este fin suelen tener horarios muy restringidos, especialmente los Archivos Diocesanos. Esto implica largas tardes sin otra cosa que hacer, dando cabida al recurso del papel y el lápiz. Este caso que presento está inacabado precisamente porque fue la última ocasión en que se presentaron simultáneamente la necesidad y la posibilidad de este empleo del tiempo del ocio (El Burgo de Osma,  2001-2004).

Esta es mi modesta ejecutoria al respecto: 19 bocetos en 49 años (los que cualquier estudiante de bellas artes hace en un mes). Mi viejo cuaderno de apuntes (de la desaparecida papelería Valluerca) está a la mitad y probablemente así se quede por los siglos de los siglos; no creo que me quede ni un minuto libre hasta la hora de mi muerte. Amén.