Fui y volví
Siempre he detestado a los que pretenden o aparentan “estar de vuelta” cuando, en realidad, nunca han llegado. Yo sí que he llegado a unos cuantos sitios, pero siempre he vuelto; y a mucha honra. Para entender este planteamiento es necesario que lean, aunque sea por la diagonal, el relato Turistas y viajeros (1999). Si no quieren entenderlo o lo dan por entendido, pueden pasar directamente a los relatos de algunos de mis viajes; más bien a las sensaciones memorables/remarcables que me sugirieron:
Me he dado cuenta, al acabar esta sección (y supongo que ustedes también) que la densidad de relatos ha decrecido con el tiempo, llegando a desaparecer en los últimos quince años. Esto es consecuencia de la mengua de sensaciones ocurrida a lo largo del tiempo, a la pérdida de la capacidad de emoción descrita en el apartado anterior (Maravillas del Mundo). Ya no me recorren como culebrillas por la espina dorsal, aunque vaya a viajar a las antípodas. El grado de impresionabilidad que partió de cuasi infinito en 1957 llegó a cuasi cero medio siglo después. A algunos les parecerá penoso, pero es ley de vida: igual pasa con el amor entre personas (este artículo lo explica bien y los más maduros entre los lectores ya lo habrán experimentado). Salvo que seas un adicto a la adrenalina, es posible gozar de cualquier cosa, un viaje o una situación o persona, sin que en el endurecido corazón y las menguantes neuronas queden impresiones grabadas a fuego. Vivencias personales aparte (personales e intransferibles), la experiencia (la rutina viajera si prefieren) puede ser útil a terceros y a los que gocen o usen de los productos de estos viajes: los reportajes que cito en el apartado de fotografía, verán que la evolución ha sido la inversa: cuanto más tarde, más y mejores productos. Son cosas de los años: se pierde en algunas cosas y se gana en otras.