Camino de la Vera Cruz
Hay una gran verdad que no todos los turistas comparten, pero suele ser aceptada entre los viajeros (incluso entre los viajeros de la vida, aunque no se muevan de un lugar): lo importante no es el destino, sino el camino. Este es el caso: salvo Puebla y alrededores, en aquel trayecto entre México D.F. (así lo llamaban por entonces) y Veracruz no teníamos anotado nada especial en la agenda. Pero surgieron cosas memorables (Borren de su mente cualquier connotación rimbombante de la palabra y quédense con la escueta definición del DLE: “Digno de memoria”). Esto quedó grabado en nuestra memoria desde entonces (16-18 de julio de 1986):
● Las inmensas rectas de la carretera, donde los narigudos trucks estilo yanqui, en veloz tránsito, no hacían mover ni una pestaña a los pacíficos y mínimos pollinos que compartían carretera con ellos, cargados de cañas y paja. Solo aire en el rostro. Podíamos aprender de ellos aprendiendo a estar pacientes ante la veloz y arrolladora tecnología a la que, tarde o temprano, le llegará su San Martín.
La Carretera Federal 150D al este de Puebla
● El cielo casi negro de la lejana tormenta, tras el sol rasante en los dorados trigos, como en Castilla. Difícil no recordar la novela “El Dios de la lluvia llora sobre México”; imposible no sentirte bien ante el espectáculo. El olor a tierra mojada; el olor de La Tierra mojada… sin pensar en si es Dios quien la moja.
● La nevada cumbre del Orizaba, entre nieblas y celajes, de un color imposible de definir, aunque hayas visto incontables atardeceres y que, por convención, podríamos llamar “malva”. Y ante la nieve de la lontananza, las palmeras de la plana veracruzana. Color y forma en la pupila. Juntos e integrados el arriba y el abajo.
El Orizaba desde El Potrerillo (Estado de Veracruz)
● Las yucas en su hábitat natural, entre saladares y polvaredas. El verlas allí, en su tierra, nos hizo reconciliarnos con ellas, tras haberlas odiado por el abuso que jardineros horteras hicieron de ellas en nuestra tierra en décadas pasadas, cuando los nuevos ricos de los chalés en La Sierra no sabían salir de ellas, el rosalito y las arizónicas. Recuerden los añosos y revisen los que adolescen de su conocimiento la peli Las verdes praderas de Garci. La justa convicción de que las cosas nunca son responsables de nada (ni siquiera las armas) sino las personas que las manejan. Comprender no es perdonar.
Yucas y otras plantas xerofíticas en El Salado (Estado de Puebla)
● Los restos de la añosa y venerable ceiba de Veracruz “La Antigua”, donde el mito dice que Hernán Cortés amarró su nave antes de emprender la jornada hacia Tenochtitlán (si non è vero, è ben trovato). Las umbrosas y verdeantes ruinas en las que se halla nos ayudaron a ver, otra vez más, cómo errores y aciertos se imbrican en la vida de personas y pueblos. La primera ubicación de Villa Rica de la Vera Cruz, la primera ciudad hispana del Nuevo Continente, en la Nueva España, se mostró como errónea por diversos factores, trasladándose luego los pioneros a la actual ubicación, como ha pasado en tantos otros lugares. Tras el error, aprender y continuar. Tras la caída, levantarse y seguir.
Restos de la ceiba originaria y raíces de sus nietas apoderándose de la Casa de Hernán Cortés (Antigua Veracruz)
● La opípara y baratísima cena a base de marisco en la ciudad costera del Caribe, capital de Veracruz de Ignacio de la Llave, que así se las gastan los mexicanos. Aún teníamos estómago para tales excesos. Ya teníamos experiencia, obtenida de forma nada deleitosa en la Amazonia, acerca de los anocheceres tropicales: imposible disfrutar de nada en la happy hour de los mosquitos. Pero, como estábamos donde se suponen que tienen que estar las marisquerías, en la orilla de la Mar Océana (su océano, nuestro océano: ambos lados del charco), pensamos que la brisa marina los barrería. Craso error. Nosotros comíamos marisco y los malditos cínifes reciclaban su parte alícuota y proporcional comiéndonos a nosotros. Más adelante, tal vez un pez se comiera al mosquito y un crustáceo marino se alimentase del cadáver del tal pez, para ser luego capturado por un veracruzano y puesto sobre la mesa de otros gachupines. Yodo y sal en el paladar. Somos un mero eslabón en la cadena trófica también conocida como “Historia Universal”.
Fortín de San Juan de Ulúa adentrándose en el Golfo de México (Veracruz)