Generado a partir de: JOHANNES GANS: Arboretum logicum… descendentes a Rudolpho I imperator (Köln, 1639). Public domain, vía Wikimedia Commons

Genealogía familiar

En el año 1986 mi principal foco de atención estaba en la geografía histórica de la Comunidad de Madrid. Para comprender la estructura político-administrativa durante el Antiguo Régimen es absolutamente necesario conocer los señoríos jurisdiccionales (ver el panel de la exposición sobre los Borbones). Y para entender las divergencias que pudiera haber en este tema entre unas y otras fuentes, es necesario conocer la vía de transmisión de los títulos que llevaban anejo el señorío, así como las eventuales incorporaciones de otros Estados por matrimonio y las posibles divisiones entre varios descendientes. En el artículo sobre Chamartín de la Rosa expongo un ejemplo práctico sobre esto, que no sólo explica cosas del pasado sino del presente. En fin, que tuve que conocer al dedillo varias docenas de familias nobles a lo largo de los siglos. Estando en estas me pregunté ¿Qué hago yo estudiando la genealogía de esta gentuza si no conozco la mía?

En aquel año sólo vivían dos de nuestros progenitores (ambas madres) y ningún abuelo. Afortunadamente, sí que había algunos papeles y fotos que, junto con escasos recuerdos, fueron todos los bastimentos de los que dispusimos para una singladura hacia lo desconocido, que no teníamos ni idea de a dónde nos iba a llevar ni cuánto duraría. Pues nos llevó hasta el profeta Mahoma y duró 33 años.

Cuanto más económicamente pudiente y socialmente elevada sea una familia, tanto más fácil es que posea materiales antiguos, algunos de ellos útiles a efectos genealógicos. Como la nuestra no lo era, ni lo es, el papel más antiguo de que disponíamos a este respecto se puede datar c.1936 y la imagen más antigua en c.1890:

Estadillo familiar del tío-abuelo Juan, donde constan mis bisabuelos de la rama soriana

Antonia-Josefa Rocillo Marroquín (Colindres, 1853 – Laredo, 1923)
mi bisabuela materno-materna, q.e.p.d.

A partir de ahí y, tras conseguir las partidas del Registro Civil accesibles, comenzamos el peregrinaje por todo tipo de archivos. No diré que los tiempos fueran “heroicos”, pero sí que todo era mucho más difícil que hoy. Aunque en la mayoría de las diócesis se había dado la orden de recoger de las parroquias los libros sacramentales antiguos (para llevarlos a los archivos diocesanos), muchos de los párrocos de la vieja escuela no la cumplieron (hoy día siguen sin cumplirla unos cuantos). Recuerdo que la documentación de Villadiego (inicio de la rama burgalesa del costado materno-paterno) la retenía el titular, con la peregrina explicación de que él era arcipreste y no le iban a expoliar como a un cura cualquiera. Con más salero y desparpajo, pero análogos fundamentos, lo planteaba el que decía ser “obispo de Baraona. En cualquier caso, muchos de los que lean esto sabrán del castigo que significa perseguir a los párrocos pueblo a pueblo y que encuentren un momento para atenderte. En lo que está empezando a llamarse “la España vaciada” (descubrimiento de los periodistas de un hecho multisecular) y, dada la carencia de vocaciones, es normal que un párroco lleve diez o veinte pueblos, con lo que se complica sobremanera quedar con él para mirar papeles viejos.

La mayoría de los archivos diocesanos estaban bastante en precario y sus horarios de atención no eran mucho mayores, aunque, eso sí, fijos. Cuando empezamos en Cantabria el correspondiente estaba aún en el convento Regina Coeli, en Santillana del Mar, en un tabuco de no más de 3 x 3 m., con las monjitas de clausura atendiendo detrás de un espejo transparente mono direccional y proveyendo los libros a través de un torno. No dejaba de tener su poesía que este artilugio, por el cual muchos expósitos entraron en la Cristiandad, fuera el medio de salida de los mismos papeles en que se registró su entrada. ¡Pero dejaban los libros originales! Desde el momento en que se trasladó el archivo a Santander (al palacio episcopal, no a su actual emplazamiento), solo se pudo acceder a los minúsculos microfilms, con la correspondiente pérdida de definición/legibilidad y encanto. Es cierto que la preservación del patrimonio documental debe estar por encima de su uso, pero siempre y cuando la alternativa sea aceptable. En diciembre del 2012 el Obispado dio su permiso para que los Mormones los colgaran en Family Search y así está ahora, ahorrando miles de horas a los investigadores.

La genealogía no era nuestro principal objetivo por entonces y las vacaciones familiares excluían este tipo de uso del ocio pagado anual. Por ello, al principio la investigación iba muy lenta; hubo años en los que no le dedicamos ni un día. Por si alguien tiene interés en saber cuánto costaba hacer estas cosas antes, les muestro el gráfico de tiempo dedicado por nosotros:

En el gráfico se muestran solamente las horas de permanencia en archivos, que suman 3.990; a veces iba yo solo, pero la mayoría éramos dos, por lo que si convertimos esa cifra en horas-hombre/mujer, nos llevaría a unas 7.000 horas. Estas significan 875 jornadas teóricas de 8 horas de trabajo brutas (de hecho, fueron 629 jornadas para el equipo, la mayoría de ellas solo de mañana). Reducido todo ello a tiempo de trabajo neto, suponiendo  1.700 horas/año de trabajo (en jornadas de 40 horas semanales y quitando fines de semana y festivos) sería como si una sola persona hubiera estado cuatro años y un mes sin hacer otra cosa en horario de trabajo (posible solamente para un rentista o un jubilado). Como no somos totalmente monomaníacos, teníamos otras cosas que hacer, por lo que el tiempo neto de ocupación ha sido el 8% del tiempo real. Las tareas de gabinete no están contadas, pero pueden estimarse en una cantidad aproximadamente igual a las horas de trabajo en archivos o centros de documentación. Verán que resalta sobremanera el año 2005, que fue cuando se abrió el Centro de Historia Familiar de los mormones en su templo en Madrid, lo que me solucionó el asunto de los cántabros a través de los microfilms traídos desde Alemania o directamente desde Utah.

Podría pensarse en que tal cantidad de horas está determinada por el hecho de que tuviéramos que visitar 18 archivos parroquiales y 10 diocesanos (por la dispersión de nuestros antepasados) y que si todos ellos procedieran de un solo obispado la cosa habría sido más fácil. Pero no es así; mientras trabajábamos tanto daba que el archivo a visitar hubiera estado en nuestra propia ciudad, porque solo podríamos haber acudido a él en vacaciones, por ser sus horas de apertura coincidentes con el horario laboral. La diferencia crucial a este respecto estriba en antes y después de la jubilación.

Archivo Diocesano de Sigüenza (mayo del 2012)

Esta fotografía puede considerarse «histórica»; desde 2014 los libros sacramentales de esta diócesis están ya colgados en Internet.

Como nuestro objetivo era conocer la historia familiar y no sólo crear el árbol genealógico, las partidas sacramentales no eran suficientes y hubimos de acudir a los archivos históricos provinciales (9 en total), en busca de protocolos notariales; trabajo éste especialmente monótono pues la búsqueda ha de hacerse a hecho, desde el primer al último folio de cada libro. Para hallar bautizos, casamientos y defunciones hay unos terminus ante quem y post quem que acotan la búsqueda, en función de las fechas conocidas de la vida de esa persona, sus antepasados y descendientes; pero no es así con los protocolos, cuyo único criterio de ordenación es el cronológico. Para colectivos especiales (marinos, militares, caballeros de Órdenes, familiares del Santo Oficio, etc.) y datos procedentes de pleitos se visitaron otros seis archivos estatales. Los extremos en lo referente a desplazamientos han sido: el citado Centro de Historia Familiar de los mormones (a una estación de metro de casa) y el archivo municipal de Serra Azul (al otro lado del charco, a 4 horas en coche desde São Paulo). Unos cuantos documentos (del orden de decenas) están accesibles en PARES o digitalizados o bien fichados para su localización y solicitud de copia.

Anoten que no son quejas, pero no quiero dejar pasar la ocasión sin recalcar que el tiempo dedicado habría sido mucho menor si hubiéramos empezado más tarde.  A finales del siglo XIX se acuñó la exitosa frase «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad» pero esos adelantos no eran nada comparado con los actuales, concretamente en la velocidad de transporte de personas e información. Cuando empezamos nuestras investigaciones muchos de los lugares y temas por mirar estaban, si no como a finales del XIX, si como a mediados del XX, o sea, “atrasadas que es una barbaridad”. Creo oportuno traer a colación un entrañable artículo escrito en 1946 por Javier Ruiz Almansa con el título deViaje a Simancas en busca del Catastro de Ensenada; así, como si se tratase de una expedición en plan Indiana Jones. ¡Pobrecillo!  Hoy día desde Madrid a Simancas se puede tardar hora y media y el Catastro de Ensenada (al menos las Respuestas Generales) están colgadas en Internet. Al lado de Simancas está Valladolid y allí se encuentra el Archivo de la Real Audiencia y Chancillería, un fabuloso reservorio de documentación útil para los estudios genealógicos al norte del Tajo (para los del sur está su homólogo granadino). Es de los fondos estatales con mayor nivel de digitalización y volcado en PARES.

El último viaje que hice a Chancillería fue para revisar un pleito que atañía a una antepasada mía muy singular: Dª Constanza de Mendoza [y Sarmiento], mujer de Juan [Martínez] de Leiva, piezas claves para enlazar a ciertos hidalgos de Liendo con la nobleza española y europea. Podría haber encargado una copia telemática tras averiguar su existencia gracias a PARES, donde está perfectamente catalogado [ver ficha] pero, como habrán visto, el expediente se compone de 2.500 folios (aprox.). Como la experiencia me dictaba que unos 2/3 del texto de los pleitos son paja y me costaba menos el viaje que las alforjas, me personé allí. Dado que no me gusta madrugar, me fui el día antes, pero podría haber cogido el primer AVE y estar de vuelta el mismo día, sin el tesoro, pero con la promesa (cumplida) de que lo recibiría en una semana. ¡Si el compañero Ruiz levantara la cabeza!

Comienzo del traslado (de 1538) del testamento de Dª Constanza de Mendoza (de 1501)
A.Ch.V.Pleitos civiles, Fernando Alonso (fenecidos), 941.3, s/fº.

La mayoría de los que esto leyeren seguramente se asustarán al ver la letra (y no es de las peores, ni mucho menos): ¿De qué me sirve acceder al documento si no lo entiendo? Pues en eso también han adelantado las cosas una barbaridad. Cuando yo me encontré en la misma tesitura, hace ya una pila de años, averigüé que si tenías aprobado el preuniversitario y más de 25 años cumplidos, te podías matricular en la UNED de cualquier asignatura de cualquier carrera; en 3º de Historia había una llamada Paleografía y Diplomática y me apunté. Normalmente estoy refunfuñando sobre la situación en este país, pero en esta ocasión me pareció de perlas el uso de mis impuestos. Además de aprender, le perdí el miedo a los papeles antiguos, pues si bien es cierto (como en el sexo) que es necesaria cierta base teórica, al final todo es cuestión de practicar y practicar, porque no hay dos mujeres ni dos pendolistas iguales. Se lo cuento así con el expreso consentimiento de la parienta que no fue a ningún cursillo y ahora mismo transcribe mejor que yo (al menos de mediados del XVII en adelante). Yo nací, más o menos, cuando Ruiz escribió su artículo y mis periplos viarios y archivísticos han sido un camino de rosas comparados con el suyo. Pero los que nazcan cuando yo estoy escribiendo esto lo tendrán aún más fácil. Un respeto a los mayores.

Todo lo susodicho es aplicable a los antepasados post-tridentinos, es decir, a los que vivieron después de que en el Concilio de Trento se hiciera extensible a toda la Cristiandad la obligación de llevar los quinque libri. Para las personas anteriores, pertenecientes a las ramas nobles, ha sido necesario usar, fundamentalmente, fuentes bibliográficas; algunas de ellas en bibliotecas públicas y la mayoría, afortunadamente, accesibles hoy en Internet.

Leí, no sé dónde, que alguien había dicho que la genealogía es una de las más estúpidas ocupaciones porque, en el mejor de los casos y tras arduos esfuerzos, conseguirías averiguar que desciendes de Adán y Eva. No es cuestión de hacerle mucho caso a esta boutade pero, puestos a ello, se le podría contestar que, como en cualquier otro viaje, tan importante es el destino como el camino. En tiempos de progresiva epidermización de la sociedad, conocer las raíces debería ser ejercicio recomendable. A nosotros nos ha proporcionado momentos muy gratos, que es de lo que se trataba, aunque a los pertenecientes a la cultura playera y discotequera les parezca que perder el tiempo de vacaciones para dejarse los ojos en papelujos que no hay quien entienda es la mayor sandez posible. ¡Hay gente pa’ tó!

Un poeta es alguien capaz de expresar lo que los demás piensan/sienten de forma breve y bella. Dejemos pues que uno fallecido no ha mucho resuma bellamente parte de lo que pienso yo (y, afortunadamente, mi fiel pareja) al abordar el tema de los antepasados y la genealogía; nada de escudos, marqueses y toda esa vaina. Mi ex-jefe y sin embargo amigo, José-Manuel Espinosa Peñuela me transmitió cómo veía el asunto Ángel González Muñiz y yo se lo transmito a ustedes:

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer,
y cuerpos y más cuerpos
fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo.

Solsticios y equinoccios alumbraron,
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.

De su pasaje lento y doloroso,
de su huida hasta el fin, sobreviviendo a naufragios,
aferrándose al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido entre los restos;
esto que veis aquí, tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste a su ruina,
que lucha contra el viento.
que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio.

El éxito de todos los fracasos.
La enloquecida fuerza del desaliento

Los resultados de nuestra labor en asuntos genealógicos familiares (el tema de los flamencos trasmeranos es asunto aparte) se presentan aquí en los siguientes subcapítulos:

Nuestras raíces
(La memoria histórica)

Metodología
(Definiciones y métodos)

El árbol genealógico
(Contenidos)

Las personas
(Aspectos del conjunto y algunas individualidades)

Genogeografía
(De dónde venimos)

Geogenogramas
(Esquemas de lugares de residencia y migraciones de nuestros antepasados)

Primos lejanos
(Análisis de algunas “líneas divergentes” a partir de antepasados comunes)

De devotione
(Análisis territorial de las mandas pías)