El eje Roma-Tokio

Estos fueron los extremos de dicho eje:

1) Ciudad de Roma; exterior; estanque anexo al Templo de Esculapio en los jardines de Villa Borghese. Julio de 1995, a la caída de la tarde. Protagonistas: una joven pareja de enamorados (no mucho mayores que Romeo y Julieta) reposan lánguidos en una barquichuela; la cabeza de ella apoyada en el hombro de él. Ambiente apacible (el ruido del tráfico llega muy atenuado), la luz dorada del atardecer, penumbra ya en algunos puntos…

Y de repente… ¡Suena el telefonino!  La muchacha pegó un brinco que no le partió la mandíbula al novio de milagro. Y se entregó a una charla a gritos de la que entendimos lo suficiente para saber que era absolutamente intrascendente. La familia observante (la nuestra, al completo esta vez) reprimió la sonrisa porque el disgusto paralelo la cuajó, al romper por completo el encanto. No mucho antes había circulado la leyenda urbana de que ciertas compañías italianas vendían carcasas de teléfonos de coche sin nada dentro, para que los compradores fueran vistos haciendo como que hablaban, para parecer alguien. Si non è vero, è ben trovato. ¡Qué desastre! ¿A dónde vamos a parar? ¡Estos italianos!

2) Ciudad de Tokio; interior; vagón de la línea M del metro. Julio de 2005, a última hora de la tarde. Protagonistas: como dos docenas de honrados trabajadores japoneses. Aproximadamente el 50% va durmiendo; un 45%, más o menos, fijos en un aparato con pantallita (smartphone o similar) con el que hacen cosas; un 5% parece haber conseguido hacer ambas cosas a la vez. Silencio absoluto (de origen humano). ¡Qué desastre! ¿A dónde vamos a parar? ¡Estos japoneses!

AVISO: Ninguna de las fotos presentadas refleja la localización / el hecho narrado. No es lo mío retratar gente y menos aún en situaciones con claro derecho a la intimidad. La de arriba es el mismo estanque sin los jóvenes enamorados y la segunda es un panel de avisos del shinkansen, con una frecuencia mayor que el metro de Madrid en hora punta.

Por esos dos puntos pasaba una recta que representaba, evidentemente, la línea evolutiva en lo referente al uso/abuso de los chismes electrónicos. Pero yo no supe ver esa evidencia; en ambos casos me pareció algo propio de la idiosincrasia de ambos pueblos y preferí creer que en España eso no iba a pasar. Veinte años después del primer acontecimiento y diez después del segundo (en 2015, por ejemplo) en la ciudad de Madrid pasaba la suma de ambas cosas. Ir a los países más avanzados sirve para viajar en el tiempo y saber lo que aquí acabará pasando tarde o temprano.