El efecto Éfeso

Vamos a tener que alterar el discurso lógico de este capítulo porque aquí manda la secuencia cronológica; les explico: en el relato que sigue (Turistas y viajeros) expondré que no me da ninguna vergüenza ser turista y que como tal me califiquen. En este (anterior en el tiempo, pero posterior en la lógica discursiva) les voy a contar qué tipo de turismo he hecho y sus ventajas e inconvenientes relativos.

Se trata del turismo semi-organizado, en el cual los grandes parámetros  (pasajes, estancias y acceso a sitios restringidos) están asegurados a priori, dentro de un orden. Incluso teniéndolo todo diseñado, surgen imprevistos (véase el caso de Iquitos), o sea que sin prever se te pueden ir por el sumidero los escasos y ansiados días de vacaciones. Los jóvenes, que tienen toda una vida por delante, es probable que disientan (o incluso que no entiendan esta postura), máxime si son de la subespecie sociológica. He leído y visto reportajes de gente a la que le hacía mucha ilusión atravesar los Andes en autobús de línea (si es con gallinas, más sociológico y mejor). Si no encuentras billete al llegar y hay que esperar un día o dos, estupendo: más entretenimiento, más sociología. Y si pierdes un vuelo por ello no importa: ya cogerás otro (si no tienen que estar un lunes fichando en el trabajo). Pues con su pan se lo coman. Los profesionales, por otro lado, pueden quedarse en un sitio tanto como deseen (o tanto como les dé de sí el presupuesto, según el cliente). Pues suerte que tienen.

Es con este sistema híbrido con el que hemos hecho la mayoría de viajes en los últimos veinticinco años (desde la Argentina en 1994). Los completamente organizados han sido en sitios que bien por el idioma, bien por las características políticas o geográficas del país, preveíamos dificultades, si no insalvables, sí originadoras de demasiados quebraderos de cabeza / pérdidas de tiempo. Por eso la fórmula Flight + Rental car que ofrecen muchos mayoristas tampoco soluciona todos los problemas (salvo que vayas a casa de alguien conocido). Con todo organizado al milímetro hicimos China, en 1978 (en aquellos tiempos no había otra forma). Con chófer-guía nos movimos por el desierto y la costa de Mauritania, en 1997.

A orillas del Atlántico (Mauritania, 1997)

Con chófer y hoteles incluidos hicimos Rayastán, en 2002. También hay casos en los que hay que hacerlo en grupo porque no hay otro medio, como el crucero en torno a la Península Antártica, en 2012. Y también, por qué negarlo, hemos hecho circuitos enlatados en autobuses, donde el trayecto entre paradas es insulso, como el recorrido por las principales ciudades flamencas, en 2014 (por lo menos te libras de no saber dónde aparcar).

A Turquía la consideramos lo suficientemente europea como para no tener problema alguno moviéndonos en coche a nuestro aire, con la serenidad de ánimo de que no tendríamos que recortar tiempo a las visitas buscando alojamiento (a riesgo de no encontrar ninguno), porque estaba contratado de antemano. Y ahí es donde vimos más palpablemente una de las principales ventajas de no ir enlatados en un autobús. Como en otras ocasiones, la idea podía ser previa u obvia, pero allí cuajó como idea-fuerza, sólida, acotada e inamovible.

Y fue precisamente en las ruinas de Éfeso: a eso de las 18:30, como por ensalmo, desaparecieron todo los guiris. Además de ser naturales de países donde se cena muy pronto (comparados con España), tenían unos horarios prefijados bien por necesidades del recorrido, de su guía o vaya usted a saber por qué. Fue sólo media hora, porque el complejo cierra a las 19:00, pero mereció la pena: el mismo sitio pero en soledad y silencio absoluto: no hay comparación. ¡Qué no habríamos dado por conseguir lo mismo, en el abarrotado Hermitage, por ejemplo! En más de una ensoñación he deseado/recreado una situación en la que nos encontrábamos en las Chimbambas con otros turistas con problemas serios, a los cuales ayudábamos y en agradecimiento nos decían que nos compensarían como mejor pudieran. Y que uno de esos turistas era un gerifalte del Ministerio de Cultura de España o de la Junta de Andalucía y que, tomándole la palabra, le pediría: estar a solas en La Alhambra. Aparte de lo rebuscado del sueño ¿Cuántos de ustedes no han ansiado lo mismo?

Soñar es gratis; pero dejar que tu conducta la determinen esos sueños es síntoma de debilidad mental. Por eso, aprovechando esos minutos de soledad y recogimiento, me postré ante el Altar de la Sabiduría de su afamada biblioteca, pidiendo que me librase de ese mal… y de otros, a ser posible.