La lengua del Imperio
Antes de los viajes siempre hemos procurado informarnos lo mejor posible de los lugares a visitar; quede para los adrenalínicos eso de la emoción del descubrimiento (en lo referente a la estructura organizativa general; descubrimientos siempre los hay). No se trataba simplemente de saber qué era lo más interesante de la zona, sino de saber cosas sobre su geografía e historia, porque comprendiendo las cosas se gozan más; así lo veíamos y lo vemos.
El verano de 1983 le tocó, por segunda vez, a los Alpes. Uno de los puntos de estancia, desde donde pivotar en distintas rutas de día, fue un camping en una ladera del Valle de Aosta. Habíamos estudiado algo de la historia de este enclave montañés y sabíamos que había pasado de mano en mano de varios reinos y repúblicas. Esto es algo muy frecuente en Europa, pero que a los ibéricos, con las fronteras estatales casi inamovibles desde el siglo XV, nos choca un poco. Ahora está en Italia, pero eso es solo desde 1861. Antes había sido parte del reino de Saboya y del de Piamonte. Cuando Napoleón, fue parte integrante de la República Francesa (no un reino títere como España o Nápoles). Corredor natural entre Francia y el Valle del Po, fue cruzado por ejércitos en ambos sentidos durante siglos, con la consiguiente proliferación de castillos.
De mayor relevancia que la dependencia política en el pasado es la identidad cultural actual y, dentro de ella, la idiomática. En el valle se mantienen algunas palabras de origen indoeuropeo directo. Como en el vecino Piamonte, al río principal del valle le llaman “Dora” (piamontés = Deura), de la misma raíz que nuestro Duero. Pero su idioma autóctono es el dialecto valdostano, de entronque francoprovenzal. Por cuestiones de vecindad, también suelen hablar francés. La toponimia suena más a francés que a italiano; por ejemplo: Châtillon, Courmayeur o Valsavarenche, donde está sacada esta foto:
A mayor abundamiento, hay unos cuantos valles de la margen izquierda de la Dora Baltea que hablan walser, de raíz germánica. Y no sólo hablan un dialecto alemán, sino que algunos rasgos culturales les emparentan con los otros pueblos altoalemanes, como las pinturas de las fachadas de los edificios, que pueden seguirse a través de Suiza hasta los lüftlmalerei bávaros y tiroleses. En Italia está menos extendido y tiene distintas características, pero vean la iglesia que sigue, de la que lamento no poder dar su ubicación exacta (“well, nobody’s perfect”, que diría Billy Wilder en Con faldas y a lo loco)
Si van por allí y quieren empaparse un poco más de la cultura local, les sugerimos que compren alguna grabación del grupo folclórico local La Clicca, que lleva un montón de años cantando los sones locales, en patois valdostano, italiano, francés y walser, por supuesto. Una mezcla enriquecedora y muy europea.
Hasta aquí, el preámbulo; el contexto; el planteamiento. Pero el meollo que origina este texto no es tan bonito: estando un día en la ciudad epónima del valle y su capital, Aosta, nos robaron del coche. No quiero parecer xenófobo, pero los hurtos en Italia están a la orden de día: de cinco veces que he estado, me han robado en dos. En 2016 el número de hurtos por cada 100.000 habitantes era de 1.866, por 351 en España, a lo que hay que añadir que, a este respecto, el país más inseguro fue Dinamarca, con 3.951 casos [fuente] (unos cardan la lana y otros llevan la fama). No se llevaron nada demasiado importante, pero nos creímos en el deber cívico de ir a denunciarlo a la comisaría. ¡Incluso creímos que podía servir para algo!
Ahora el nudo: sabiendo, como sabíamos, que el valle era plurilingüe y que el francés es lengua cooficial: “Nella Valle d’Aosta la lingua francese à parificata a quella italiana” (Statuto della Valle d’Aosta, Art. 38) [fuente] le preguntamos cortésmente al carabinieri que si prefería hablar en italiano o en francés (partiendo de la base de que chapurreábamos por igual ambos). La cara que puso solo pueden imaginarla los catalanes o vascos que vivieran en los años 40 del siglo pasado; lo que dijo es “Qui si parla italiano!” A ninguna de las personas incluidas en el grupo citado se le ocurriría en aquellos tiempos dirigirse a un Guardia Civil en catalán o vascuence, pero, para su desgracia, sí que tendrían que escucharlo más de una vez: ¡Aquí se habla español! (o “cristiano”). Distintos perros con distintos collares, pero la lengua del Imperio siempre imperante, tanto si es con leyes en contra (como lo era en 1948 en Cataluña), como si es con leyes a favor (como lo era en 1948 en Aosta).
Desenlace: tras expedirnos, de mala gana, copia de la denuncia, se rieron en nuestra cara cuando les preguntamos si había alguna posibilidad de recuperar lo robado. Entendían y, hay que reconocer que con razón, que ese papel solo podía servir para la denuncia ante la compañía de seguros (compañía de la que nosotros carecíamos en aquellos tiempos). Moraleja: si no tienen seguro, no vayan a ninguna comisaría (ni italiana ni, supongo, española ni danesa). Y también: tener razón no siempre es útil; podría resultar incluso peligroso si te topas con el burócrata inadecuado.