Navarra / Nafarroa

A la hora de viajar, si las condiciones climáticas son uno de los factores decisorios, habría que seguir el ejemplo de las aves migratorias: en invierno al sur y en verano al norte y cambiar de hemisferio si se tercia. Si hay un condicionante, económico o de otro tipo, que no te permite grandes desplazamientos, una alternativa es cambiar de clima no tanto por cambiar de latitud, sino de altitud; como las ovejas trashumantes. Al menos si vives en un país mediterráneo; los nórdicos es comprensible que se bajen al sur en pleno verano, para sacarse el frío de los huesos. Nosotros, aquel verano de 1990, optamos por subir en ambos conceptos, dentro de la Península y de nuestro presupuesto. Nos subimos a Navarra y, dentro de ella, no exactamente al punto más alto, pero puede que sí el más excelso: el Santuario de San Miguel in Excelsis, también conocido como San Miguel de Aralar, por estar en dicha sierra. Y no precisamente en cualquier punto, sino justamente en su borde sur, dominando el valle de la Barranca-Burunda y enfrente de la Sierra de Andía, que también tiene su santo en todo lo alto, aunque más modesto: San Donato.

Vista desde el alto de Atxueta (1.343 m.s.n.m.):
el santuario de San Miguel, en Aralar; enfrente, la Sierra de San Donato y, cubierto por las nubes, el valle de Huarte-Araquil

Los árboles tienen que entender el clima mejor aún que las aves, porque no pueden moverse: si hay hayas, se tiene que estar bien en verano.

Interior de un hayedo en Aralar

Como íbamos buscando la fresca, los periplos pivotantes en San Miguel nos llevaron por todo Aralar y Urbasa, en donde nos dimos un baño de azules en Urederra (= El Agua Bonita, ¡Y vaya si lo es!) y un baño étnico en el concurso de perros pastores (Artzai Eguna en vascuence):

Para que no se nos hiciese monótono, algún día bajamos a Las Améscoas y a Pamplona. En la capital navarra fue donde ocurrió el hecho principal que motiva esta narración: nos pasamos por la oficina de información turística de la Diputación Foral, por si había algo que se nos hubiera escapado del radar y conseguir algunos de sus fabulosos folletos. Con la intención de entrar con pie derecho les contamos dónde estábamos residiendo: en Huarte–Araquil (que suena idéntico a Uharte-Arakil, o sea, en la parte euskaldún de esta Comunidad Autónoma) y que queríamos información sobre “la parte no euskaldún de Navarra”. Así se lo dije textualmente a la chica que nos atendía. Esperaba que, viendo que éramos conocedores de la geografía y la historia de la Comunidad y su idiosincrasia,  nos trataría con más consideración o interés, pero el resultado fue justamente el contrario; nos espetó, casi airada: “¡Toda Navarra es euskaldún!” (¿!) No recuerdo cómo acabó la cosa, pero esa es la frase/mentalidad que se nos quedó grabada.

Tuve un amigo sociólogo que, con bastante salero, resumía así las fases de las borracheras hispanas: “Exaltación de la amistad, cánticos regionales y negación de la evidencia”. Que alguien, sin estar curda, niegue la evidencia, no solo con aplomo, sino teniendo por imbécil al interlocutor, podría dar risa si no fuera porque esa persona vive en el mismo Estado que yo, les guste o no, y de una forma u otra esas posturas van a influir en mi vida. Difícil dialogar con alguien así.

Navarra es pequeña en tamaño, pero geográficamente muy diversa y, además, es lo que queda de un reino que en su momento se trató de igual a igual con León y con Aragón. Hay dos partes evidentes a ambos lados de la línea imaginaria que va, grosso modo, de Estella al Valle del Roncal y no solo por la lengua. Y lo curioso es que los Reyes de Navarra (antes Reyes de Pamplona) en cuanto pudieron elegir, es decir, cuando la reconquista del valle del Ebro se había consolidado, se fueron cada vez más al sur, llegando a poner su capital en Nájera, donde estuvo más de un siglo. Esta tendencia a huir de los valles húmedos e improductivos propios de la Iberia Atlántica y bajar donde el trigo y el vino (y los espárragos) se dan en cantidad y calidad, ya la habíamos percibido claramente años antes, cuando pasamos en verano en Isaba y alrededores (1982). También en esta ocasión bajamos al llano algún día, uno concretamente a ver el Palacio Real de Olite. Veníamos del fresquito, las praderas y los bosques umbríos y, como tantos otros, pagábamos por ello. Sin embargo, los Reyes de Navarra, que podían seleccionar ubicación para el palacio a su real antojo

Las vistas que eligieron los Reyes de Navarra (Palacio Real de Olite)

fueron a elegir un secarral lejos de la parte euskaldún de Navarra, justo en esa parte que la funcionaria (o contratada laboral) ignoraba o ninguneaba. Los abertzales pretenden engullir Navarra entera, pero me parece que se van a atragantar: demasiado bocado para ellos.