El discreto encanto de los canadienses
(Canadians: the different americans)

Ciertamente, los canadienses presentan ciertos matices de serenidad, de civilización diría, con relación a sus poderosos vecinos del sur; un cierto aire de europeos. Tal vez provenga de su bilingüismo, de su civilizada separación del Imperio Británico, de su necesidad subjetiva de marcar distancias con los estadounidenses, ¿Quién sabe? En cualquier caso, se creen mucho más diferentes de lo que realmente son.

En cierta conversación con la guía de mi viaje a este país, en verano de 1996, ella creyó conveniente resaltar vehementemente estas diferencias; ocurría esto en un típico “centro urbano” de un pueblo cualquiera: un cruce ortogonal de amplias calles con sus

Paisaje urbano (Creston, Columbia Británica)

cuatro esquinitas ocupadas por establecimientos multinacionales. En el caso que les presento eran Esso y Seven Eleven y la nacional Petro-Canada; pero bien podían haber sido Shell, McDonalds, Texaco y Wall Mart. Con mi inglés macarrónico le di a entender lo que pensaba al respecto, más o menos lo que sentía el resto del grupo (solo alemanes y españoles), planteándolo en términos de mayor crudeza: “We are the rest of the World. If we said you are similars, then you are similars”. Debió entenderlo porque se lo tomó muy a mal; alguno de los presentes acabó recriminándome mi insistencia en argumentar esta percepción, porque la chica, de hecho, lo estaba viviendo como una manifiesta descortesía.

Nuestra chófer-guía cumpliendo una de sus labores.
La matrícula de los vehículos, también sigue el patrón estadounidense

Uno de los componentes de esa autopercepción, en estos tiempos, es que se consideran profundamente “ecológicos”. Percepción, que no es única de ellos: algo parecido sienten los de Seattle con relación a los de Chicago, por poner un ejemplo. O los suizos con relación a los italianos (aunque las multinacionales químicas helvéticas sean iguales o peores que las italianas y los beneficios de la deforestación amazónica acaben en sus celosamente protegidos sótanos). Hablando de deforestación, las buenas dotes comerciales de todos los anglosajones están consiguiendo ocultar la canadiense, mientras abruman en los medios con la brasileña. Cuando mantuvieron, contra los pesqueros españoles, la llamada Guerra del fletán, eran los argumentos de tipo “ecológico” los empleados, cuando la experiencia posterior ha demostrado que era un simple “quítate tú, que me pongo yo”. Mientras miles de focas son (o eran, no estoy mucho al tanto) salvajemente aporreadas cada año en sus playas…

Una de las imágenes idílicas del Canadá: el Lago Maligne

Otro tema: el aire acondicionado de la furgoneta. Era verano, pero estábamos en Las Rocosas; eso quiere decir que a primera hora de la mañana y a última de la tarde podía hacer fresco; para corregir ese eventual y mínimo inconveniente térmico habría bastado con cerrar las ventanillas. Estábamos en las Rocosas, pero era verano; eso quiere decir que la mayor parte del día la temperatura era muy agradable; se podían/debían abrir las ventanillas para que se pudiera disfrutar del balsámico olor de las coníferas y otras cosas o para sentir la brisa simplemente. Sin embargo, la muchacha, que gobernaba allí, solo parecía contemplar dos opciones: poner el aire acondicionado en calor o en frío. Al llegar a un camping, abría justo una rendija para entregar o recibir la documentación del recepcionista. Al igual que entre los estadounidenses, la consigna es pasar frío en verano y calor en invierno. Tal vez ahora, que lo políticamente correcto es hablar del cambio climático, hayan cambiado; tal vez no. Una cultura generada con coches muy grandes y petróleo barato no desaparece así como así.

En una ocasión, caminando en grupo por un sendero, me quise parar para hacer una foto; para no cometer la grosería de hacer parar a los que venían detrás, me aparté un metro… y recibí una severa reconvención porque estaba dañando el ecosistema.

Y hablando de caminos, me resultó sorprendente y ambivalente ver la cantidad de casetes que había en las estaciones de servicio en carretera con música que ellos llamaban soundscapes.  Se trataba de una fusión meliflua de chill-out y sonidos naturales que se supone que relaja, transportándote a mundos felices sin ayuda de productos químicos. Unas musiquillas muy apropiadas para el hilo musical de un ascensor. Surtían a una demanda que ya inició el escapismo espiritualista en la década de los setenta con los viajes a Katmandú y el yoga y el zen y tal y tal… Como ven en la imagen que sigue, yo me compré unas cuantas, más que nada, porque era una manera de apropiarme del país y de rechazar la cutrez de las gasolineras hispanas, donde solo se encontraban grabaciones de Los Chunguitos, El Fary y gente de esta ralea.

Finalmente, les presento otros dos apuntes de aquel viaje: la reja canadiense en su lugar de origen y la leña gratis por doquier. Detalles inequívocamente canadienses. La primera es un gran invento que tanto los ganaderos como los turistas conocen de sobra;  consigue que los rumiantes no se salgan del terreno vallado, sin que el que conduce tenga que parar cada vez a abrir y cerrar la talanquera. También evitan que el mismo ganado se escape si el turista no cierra, que suele ser lo más habitual (aquí al menos). En la primera foto, hecha en una de las entradas al Waterton Lakes National Park, se ve también que el gobierno central aplica el bilingüismo en todo el territorio, independientemente de que en Alberta solo el 2,2 % de la población [fuente] tengan el francés como lengua materna. Tampoco tuvieron inconveniente en que los quebequeses hicieran sus referéndums de autodeterminación y ambas partes aceptasen civilizadamente tanto la iniciativa como los resultados. Igual que aquí.

Lo de la leña no tiene mérito: tienen bosques para dar y tomar. Tantos que se dan el lujo de deforestar más que Brasil o Indonesia [fuente] pero sin convertirse en los malos de la película para los medios. Será por su discreto encanto…