El convenio de Ramsar

Es probable que algunos de los lectores (naturalistas y ornitólogos principalmente) hayan acudido al reclamo del título, pensando que se trata de una glosa acerca de este afamado convenio internacional sobre conservación de humedales (suscrito en dicha ciudad iraní en 1971). Pero no es así; disculpen por la trampa. En verdad les digo que el relato pivota en torno a dicha ciudad, pero el convenio del que voy a hablar no se refiere al conservacionismo, sino a los convenios sociales en general y alguno de los iraníes en particular.

Antes de nada, hay que encuadrar geográficamente dicha ciudad, que está en un entorno que se diferencia notablemente de la imagen que la mayoría de los occidentales tienen sobre este país. Ciertamente, la mayoría de Irán es desértica y subdesértica y la vida solo es posible gracias a los ríos que vienen de lejos y a los pozos y qanats. Pero las provincias del norte, Guilán y Mazandarán son la antítesis: la altura de sus montañas y la posición transversal de estas a los vientos húmedos que atraviesan el Mar Caspio les dota de un clima fresco y lluvioso, pero suficientemente templado. Imaginen que todo lo que sabe un extranjero de España son recuerdos de su estancia en Almería y de las películas allí rodadas ¿Cómo explicarle que las rías gallegas están en el mismo país (Estado, si lo prefieren)? Esta conjunción climática permite que allí se cultive, además de frutas y hortalizas, arroz y té:

Mujeres plantando arroz y recolectando hojas de té en la provincia de Guilán

Y por si alusión a Galicia les ha parecido exagerada o improcedente, para muestra vale un botón:

Vacas lecheras y hórreo en la provincia de Guilán

Estos hórreos, son similares a lo que en el norte de Turquía llaman nayla o serender.  Ambas provincias fueron las que más se resistieron a las invasiones árabes (como cántabros y astures en Hispania) y han tenido una clara influencia turca y rusa, teniendo gobiernos semi-independientes durante buena parte de su historia.

Si hasta ahora he presentado similitudes, donde las diferencias son abismales es en el uso (no uso, más bien) de las playas. Ciertamente, no son de arenas finas y doradas, pero hay playas en Canarias completamente negras y la playa de Carras (en Niza, junto al Paseo de los Ingleses) es un canturral, pero la gente las adora. En el sur del Caspio el asunto no es físico, sino mental (o lo era hace veinte años). Llegamos a Ramsar a media tarde y pensamos: qué mejor cosa que cenar en un chiringuito de playa. Al decirle al taxista que queríamos ir “to the beach, please” tardó en entendernos; tras dudar de su inglés, comprobamos que no es que no entendiera la palabra “beach”, lo que no entendía era el concepto de “playa como sitio de expansión, recreo y deporte”. No existían los establecimientos “de primera línea de playa” y cenamos en el único que estaba abierto, a varios cientos de metros de la orilla.

Ramsar es una ciudad ideal para pasar las vacaciones de verano, pero por su clima y su lujuriante verdor, no por sus playas. Últimamente, parece que se está desarrollando la cultura de la tumbona, pero entonces podías hacer kilómetros sin ver una sombrilla. Cientos de adinerados iraníes (especialmente de Teherán, que está a solo 150 km. a vuelo de pájaro) tienen allí sus segundas residencias, muchas de ellas lujosas en extremo. La cordillera de Elburz con sus casi 1.000 km. de longitud y elevándose hasta los 5.610 m. de altitud, separa ambas ciudades y también dos paisajes dramáticamente distintos. Al igual que ocurre con muchas otras cadenas montañosas, los vientos húmedos dominantes descargan sus precipitaciones (lluvia y nieve) en la cara de barlovento, descendiendo secos a sotavento por el efecto foehn. Desde Teherán, en invierno, el paisaje (cuando hay buena visibilidad) está limitado por el norte por un horizonte de nieves (como habrán visto si han enlazado con el artículo de dicha ciudad antes ofrecido); pero bajo ellas solo hay terrenos secos. Del lado norte la cosa es muy distinta; tan distinta que la ciudad de Ramsar ha adoptado como lema “El paraíso en la Tierra”.

Exterior e interior del lujoso Hotel Ramsar (creado en tiempos de Shah) y  pieza clave en las conversaciones que llevaron a la declaración del Convenio

En Ramsar y otras poblaciones cercanas de la orilla del Caspio, además de los alojamientos vacacionales hay otros para la gente del país, entre ellos, los pescadores en este mar de agua dulce. Encontramos allí un poblado de cabañas donde dejaban las redes y demás  artes de pesca y, eventualmente, podían pasar alguna noche si era necesario. El día era gris, al igual que la playa, pero

Playa y poblado de `pescadores en Mazandarán, junto a Ramsar

Las redes de pesca casi siempre resultan muy fotogénicas y nos acercamos a hacer unos cuantos disparos. Como es lógico, al ver a unos tíos raros por allí, algunos de ellos se acercaron a ver de qué iba la cosa. No había ninguna lengua que conociéramos todos los presentes, salvo la universal de signos. Una vez aclarado para qué estábamos allí, nos invitaron a tomar un té. A diferencia de lo que nos ocurrió en Marraquech, la invitación era completamente sincera: ni tenían nada que vender ni querían vendernos nada; era el ancestral principio de la hospitalidad.

La etapa norteña fue la última de nuestro periplo, por lo que ya habíamos aprendido las peculiaridades de la ingestión de esta infusión por aquellos lares. Por ello, seguimos los pasos de la ceremonia de acuerdo con dichas pautas; donde fueres, haz lo que vieres = when in Rome, like in Rome = à la guerre, comme à la guerre. Dichas pautas están bien descritas en este sitio web (básicamente: los terrones de azúcar no se echan en el vaso: se mojan en el té y cuando han absorbido cierta cantidad, te los llevas a la boca), pero el sitio citado olvida un detalle: no es infrecuente que, cuando está muy caliente, se eche un poco en el platillo para que se enfríe y luego se beba de él. Y así lo hicimos, esperando, como los niños o los perros cuando traen la pelota de vuelta, que alguno de nuestros anfitriones dijera eso de “good boy” o como se diga en farsi. Pero nada. ¡Estaban convencidos de que ese es el modo de tomar té!  La aceptación por nuestra parte de este convenio social no fue valorada en absoluto. En el caso de aquellos pescadores, sin duda, de buena fe: no habían viajado lo suficiente para saber que hay cientos de formas de tomar el té y que si lo hicimos a su estilo era por consideración con la cultura local.

Esta forma de tomar el té tal vez les parezca muy poco refinada a los miembros de las upper classes británicas o de cualquier país autoconsiderado como civilizado. “Nosotros no somos así”, como decía la pareja de protestantes de Yorkshire (su Tercer Mundo local) enjuiciando a los católicos de enfrente en la película El sentido de la vida de los Monty Python (escena “El milagro del nacimiento 2”). Pero los civilizados europeos son mucho más salvajes para algunas cosas: han ocasionado más muerte y destrucción que todos los pobres del mundo juntos. Y no voy a hablar de las dos Guerras Mundiales, sino de algo más chiquito y relacionado directamente con Irán: Los grafiti que los occidentales (incluidos los rusos) dejaron en los monumentos de Persépolis. Una visión global del tema → aquí y mi ejemplo:

Grafiti inscritos (imposibles de eliminar) en la base de uno de los leones de la Puerta de las naciones de Persépolis
(la que aparece en cabecera de la ficha del artículo de la Wikipedia)

Todos los países coloniales del siglo XIX robaron en los países sometidos o inanes tanto patrimonio artístico como pudieron; estos leones alados no se los pudieron llevar, pero tuvieron que dejar su marca indeleble. Muy civilizado.  Pero, haciendo de abogado del diablo: así eran las cosas entonces; vean lo que opinaba Larra desde este país semicolonizado:

“La Alhambra está llena de los nombres de viajeros ilustres que no han querido pasar adelante sin enlazar con aquellos grandes recuerdos sus grandes nombres; esto, que es lícito en un hombre de mérito, confesado por todos, es risible en un desconocido y conocemos un sujeto que se ha puesto en ridículo en sociedad por haber estampado en las paredes de la venerable antigüedad de que acabamos de hablar, debajo del letrero puesto por Chateaubriand: “Aquí estuvo también Pedro Fernández el día tantos de tal año”. Sin embargo, la acción es la misma, por parte del que la hace” [1]

Lúcido crítico de su tiempo y ya preocupado por el salvajismo ególatra de los grafiteros establece, no obstante, una diferencia entre el salvaje famoso y el salvaje anónimo. Hoy día ambos irían a la cárcel si fueran sorprendidos in fraganti (o eso me gustaría creer). Enfoque personalista, en cualquier caso, que omite el enfoque social. Solo los ricos podían viajar a los países pobres a dejar sus cagadas. Solo los países coloniales hacían eso con los colonizados o semi-colonizados ¿Se imaginan cómo verían los británicos que el propio Larra (o el Shah de Persia, ya puestos) se fuera con su navajita a personalizar la abadía de Westminster?

Claro que es fácil enjuiciar a toro pasado. En aquellos tiempos se pagaba a diario a los alimañeros por cargarse tantos ejemplares como pudieran de especies hoy consideradas como protegidas. Actualmente, hemos llegado a algunos convenios sociales sobre lo que está bien y lo que está mal en lo referente a la preservación del patrimonio natural y cultural. Si han soportado este artículo y les quedan ganas de más, podrían echar un ojo al titulado La taxista teheraní para tener una visión global de lo que se hacía, lo que se hace y el nivel de comprensión hacia costumbres étnicas y/o anticuadas (en las vestimentas en este otro caso).

Para acabar el relato: finalizando ya el viaje (de vuelta a Teherán volábamos a Europa), adoptamos otra convención milenaria: el trueque. El chófer que nos llevó por estas dos provincias era kurdo y llevaba puesta en la radiocasete del coche música de su tierra constantemente. Era muy armoniosa y pegadiza y, como no había modo de comprarla por allí, se la cambiamos por el pequeño diccionario fonético farsi-inglés / inglés-farsi que habíamos usado durante el viaje. El diccionario ya no lo íbamos a usar más, pero, desde entonces, cada vez que oigo esa extraña música me acuerdo de esa extraña parte de la gran Persia. Y puedo convenir en que, como La Cruz de Tejeda, pueda ser considerada una de las Puertas del Paraíso.

[1] LARRA, Mariano José de: “El álbum”, en Artículos de costumbres (Azorín, ed., Colección Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1978; pág. 70)

Leer algo más sobre los grafiti en La Alhambra aquí y aquí. Un ruso, ya en 1829, se dio cuenta de que lo que se estaba haciendo en la egregia alcazaba nazarí era una salvajada ¿Por ser Europa? Otro ruso, en 1928, aún pensaba que la cosa no era para tanto si se hacía en Persia, tal como se ve en la foto arriba expuesta.