¿Zamorano?

Partiendo de ciertos postulados, la política puede convertirse en un obstáculo para los viajes; incluso sin partir de postulado alguno y descontando a la guerra como “la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz dixit). Los regímenes dictatoriales pueden impedir la entrada (véase Corea del Norte), pero si no es este el caso y tienes convicciones democráticas, ir a esos países puede implicar o parecer que implica cierto apoyo, que en términos económicos lo es a buen seguro. Durante el régimen franquista algunos detestábamos a los suecos que apuntalaban su sistema aunque fuera sin querer, indiferentes a lo que los indígenas estábamos pasando. A la inversa nos pasó a nosotros con el régimen de Pinochet: habíamos jurado no poner un pie en Chile mientras él y sus epígonos estuvieran vivos. Verbo florido… pero carne débil.

Estando en Bariloche en la primavera (primeros de noviembre) de 1994 vimos una oferta atrayente: cruzar la frontera directo a Puerto Varas (en avión) y volver en coche y barco por los lagos. Decidimos autoabsolvernos por el pecado, con algo de dolor de corazón y promesa de no volver a hacerlo: al fin y al cabo era sólo un par de días…

La travesía aérea de los Andes es majestuosa (si no hay demasiadas nubes) y se gana una enormidad de horas, porque el objetivo fundamental es el retorno por tierra (más bien por agua, en buena parte).

El impresionante Cerro Tronador (frontera entre Argentina y Chile) desde el avión

Esas mismas nubes, que en la foto aparecen por debajo de la cumbre, cubrían la cima del volcán Osorno, el inigualable punto de referencia en Puerto Varas, con lo que en ese viaje nos quedamos con dos palmos de narices al respecto. La ciudad en sí tiene una arquitectura digna de mención, no por su monumentalidad ciertamente, pero sí por su exotismo: casitas de madera de clara raigambre germánica, dada la cantidad de emigrantes de ese origen y la inmensidad de los bosques disponibles en la selva valdiviana.

Detalle de la fachada de una cervecería en Puerto Varas

Rápidos del río Petrohué

Ya muy atardecido, casi de noche, seguíamos en la punta del embarcadero que se adentra en el Lago Llanquihue (frente a la esquina de Gramado y San Juan) esperando de que la boina nubosa del Osorno levantase aunque fuera unos minutos… pero nada. En esto se acercaron un par de paisanos que llevaban una garrafa de plástico como de dos litros en la mano. Es un sitio pequeño y éramos forasteros, por lo que el inicio del diálogo era previsible: ¿De dónde son ustedes? ¿Qué hacen por acá?, etc., etc. Como la cosa fue bien, nos invitaron a beber de aquello, que resultó ser sidra casera. Bebimos a la salud de todo lo que se nos ocurrió, con lo cual los colegas siguieron aproximándose a la melopea; el que tenía la voz más estropajosa y andaba algo lento de reflejos, me preguntó a palo seco: ¿Zamorano?  Poco antes le acabábamos de decir que éramos de Madrid, por lo que, durante unos segundos, pensé que en lo cognitivo andaba peor de lo que parecía en principio. No somos nada futboleros, pero sí teníamos la suficiente cultura general para que las neuronas acabaran estableciendo el circuito correspondiente y cayéramos: ¡Zamorano!, es decir, Iván-Luis Zamorano Zamora, valga la redundancia, por entonces figura del Real Madrid. Sidra aparte, este hombre era nuestro principal punto de conexión, desde su punto de vista; así estaba y está el mundo. Con Cristiano Ronaldo el chiste no habría funcionado y muchos de los españoles no-futboleros o incluso anti-futboleros siguen teniendo hoy que aguantar las referencias a este u otros idolillos ajenos. En el Perú, años antes, al oír “España” la primera alusión era a Julio Iglesias.

Pero el punto álgido del episodio fue cuando se nos aproximó la pareja. En España, durante muchos años y en muchos contextos, “la pareja” solo podía ser una: la de la Guardia Civil; en Chile era de los Carabineros, es decir, distintos solo que iguales. No hacía demasiado frío, pero el reglamento les obligaba a llevar ropa de invierno, con un buen entramado de correajes y el pertinente y convincente armamento. En el momento pensé que Pinochet nos estaba castigando por nuestros malos pensamientos… el desenlace parecía imprevisible. Pero no pasó nada; a ellos les mandaron a casa por derechito y a nosotros nos dieron las buenas noches, tras recordarnos que la ignorancia de la Ley no exime de su cumplimiento y que en Chile no se podían tomar bebidas alcohólicas en la vía pública (o a esas horas, no recuerdo). Pues muchas gracias, agente.

Para los que hayan tenido la paciencia o amabilidad de llegar hasta aquí, les ofrezco esta foto del Osorno. No hemos vuelto a Puerto Varas, pero lo vimos, por fin, desde el avión en otro viaje: