Photoshop

El artista del futuro solo podrá llamarse propiamente artista
cuando expulse a los filisteos de los templos y mercados del arte
que ha construido la burguesía

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN. El pianista (1985)

La cantidad de personas en todo el mundo que han oído la palabra “Photoshop” se debe contar por cientos de millones. Les sonará como algo que sirve para quitarles arrugas a las fotos de las modelos o cualquier otro tipo de falsificación de una imagen; en cualquier caso, como herramienta de manipulación fotográfica. Tengo que reconocer que soy usuario habitual en este sentido, aunque no aceptaría el término “manipulación”: el tratamiento de una fotografía puede considerarse como lavarse y peinarse antes de aparecer en público: el mínimo de cortesía y respeto con el espectador. Las condiciones ambientales en que a veces hay que disparar la cámara (hablo de foto de campo, no de estudio) no siempre son las idóneas; se puede y debe retocar para que el resultado final se aproxime lo más posible a cómo era realmente el objeto retratado, porque no hay óptica comparable con el ojo humano. Otra cosa es la dramatización/falsificación

Solo algunos de entre los usuarios sabrán que Photoshop dispone de una serie de herramientas de dibujo, de lo que en mis años de estudiante se llamaba “dibujo artístico”, por contraposición a “dibujo técnico” (lo que hoy día se hace con programas tipo AutoCAD). Entre ellas está un filtro de nombre “Licuar”. Practicando cuando empecé a manejar el programa, allá por el año 2001, agarré una de las imágenes de muestra que proporcionaba por entonces Microsoft (de unas cerezas; hoy no consigo encontrarlo) y dale que te dale, salió lo que arriba ven. ¿Para qué se lo cuento? Pues para dos cosas:

1ª) Para animarles a desarrollar su creatividad, por un sistema que quizás ignorasen. Con Photoshop (y programas equivalentes) se puede crear y no solo modificar.

2ª) Para que comparen esta obra con cualquiera de las que vean en las exposiciones de arte abstracto que vayan o las que encuentren en Internet y me digan si no podría cobrar unos cuantos miles de euros por ella. Naturalmente, si la obra estuviera colocada en los circuitos adecuados y yo tuviera una firma reconocida. Desde que se impuso el arte abstracto y desde que las obras únicas ornamentales se han constituido en fondos de inversión, los precios vienen determinados por una oferta y una demanda extremamente mediatizadas por un reducido grupo de gurús-marchantes. Hay miles de nuevos ricos que no saben diferenciar un vino bueno de uno malo si no ven la etiqueta (en Estados Unidos, si no saben el precio de la botella). Igualmente, hay auténticas mamarrachadas pictóricas colgadas en muchos salones de la clase alta, porque alguien hábil se los colocó y pueden contarle a los amigos la millonada que pagaron por ella (menos de los que cobrarán cuando los vendan). Sigue habiendo mucho necio que confunde valor con precio. Y no lo digo por mi trabajillo, sino por los de cientos de artistas jóvenes: exactamente el mismo cuadro suyo que hoy nadie quiere, valdrá millones si el devenir les hace famosos. El mercado decide.

No en plan artístico, sino técnico, he usado ese mismo programa para la totalidad de las ilustraciones que aparecen en mis publicaciones del siglo XXI, incluida cartografía temática. Un dinero bien gastado; si señor.

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